Las vacaciones de niño o adolescente, impregnadas por esa transitoria sensación de eternidad, es ese momento único en nuestras vidas, en el que todo puede ocurrir.
Esa sensación se modifica cuando uno es un adulto.
La playa, espacio abierto de arena, mar y cielo infinitos, tiene un enorme poder de sugerencia.
Por la noche, el ruido de bares, restaurantes, negocios de juegos electrónicos, impregnan el aire tórrido y nos envuelve.
Cuando crecemos, la postal es la misma, pero nada se percibe del mismo modo. Ya no hay eternidad posible.
Lo que ayer era un lugar que personificaba lo deseado, pura promesa (subyugante por la convicción de su realización), hoy es un escenario ordenado minuciosamente, como la escenografía de una obra de teatro, y está incorporado a la rutina. Se pierde la capacidad de abstraerse de lo cotidiano y la confianza en que lo anhelado suceda.
De adulto, los comportamientos son los previsibles, los que se esperan de uno. Se reducen las expectativas de conductas nuevas, espontáneas, inesperadas, libres, capaces de crear territorios distintos que permitan aventurarse más allá de uno mismo.
Y no quedan distancias por recorrer, sino una sucesión de tiempos de espera.
Al madurar se pierde el valor. Un amigo, mayor que yo, me dijo una vez: "Sos joven, arriesgate".
Lejos de lamentar el tiempo libre, es bueno recordar el siguiente adagio: "Siempre es preferible un mal día de pesca a un buen día de trabajo".
Esa sensación se modifica cuando uno es un adulto.
La playa, espacio abierto de arena, mar y cielo infinitos, tiene un enorme poder de sugerencia.
Por la noche, el ruido de bares, restaurantes, negocios de juegos electrónicos, impregnan el aire tórrido y nos envuelve.
Cuando crecemos, la postal es la misma, pero nada se percibe del mismo modo. Ya no hay eternidad posible.
Lo que ayer era un lugar que personificaba lo deseado, pura promesa (subyugante por la convicción de su realización), hoy es un escenario ordenado minuciosamente, como la escenografía de una obra de teatro, y está incorporado a la rutina. Se pierde la capacidad de abstraerse de lo cotidiano y la confianza en que lo anhelado suceda.
De adulto, los comportamientos son los previsibles, los que se esperan de uno. Se reducen las expectativas de conductas nuevas, espontáneas, inesperadas, libres, capaces de crear territorios distintos que permitan aventurarse más allá de uno mismo.
Y no quedan distancias por recorrer, sino una sucesión de tiempos de espera.
Al madurar se pierde el valor. Un amigo, mayor que yo, me dijo una vez: "Sos joven, arriesgate".
Lejos de lamentar el tiempo libre, es bueno recordar el siguiente adagio: "Siempre es preferible un mal día de pesca a un buen día de trabajo".
1 comentario:
Para titular esta entrada, utilicé la palabra "pinche", porque suena graciosa para mí.
Fue usada con un sentido disvalioso.
Sucede que es una expresión en español corriente en México, pero no empleada en Argentina.
Entiendo que también se puede aplicar con el significado contrario, para dar énfasis a algo.
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