A sangre fría, la famosa novela de Truman Capote, relata el asesinato de la familia Clutter, llevado a cabo en la ciudad de Holcomb, en el mediooeste norteamericano, por dos ex convictos de nombre Perry Smith y Dick Hickock, la posterior investigación de los hechos, hasta llegar al juicio y ejecución de los condenados.
Mirando la adaptación cinematográfica de A sangre fría, realizada en 1967, con la dirección de Richard Brooks, proyectada tiempo atrás en la Televisión Pública Argentina, pienso en la diferencia abismal en la calidad del cine norteamericano de la gran industria de décadas atrás y el reciente.
Los directores en la actualidad, en comparación con los de las décadas del cincuenta y sesenta, por aquellos años vigilados muy de cerca por los productores, no saben narrar, perdieron la habilidad para contar una historia y, salvo excepciones, son débiles en la dirección de los actores.
La breve escena en la cual el astuto detective Alvin Dewey (John Forsythe) visita a Tex Smith, padre de Perry (estupendo Charles McGraw), es magnífica.
Lo mismo se puede decir de la secuencia en que Perry Smith (Robert Blake), bajo la influencia del alcohol, recuerda a su madre en un encuentro amoroso casual que tiene lugar en presencia de sus pequeños hijos. Esos primeros planos de la atormentada mirada del protagonista tienen una intensidad y una potencia feroces.
No encontrarán escena alguna con semejante fuerza en las buenas versiones de nombre Capote (Bennett Miller, 2005) e Infame (Douglas McGrath, 2006), en rigor, ninguna es una adaptación de la novela, sino que ambas siguen al personaje de Truman Capote en el proceso de escribir el libro.
No puedo asegurar con cuánta fidelidad A sangre fría se ciñe a la crónica de Capote, debido a que leí la famosa obra literaria hace décadas, pero la reconstrucción de los sucesos ocurridos en Kansas en la fatídica noche de 1959 y el retrato de los impiadosos asesinos, desarrollados en el argumento, es muy lograda.
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