El mítico saxofonista y compositor Wayne Shorter regresó a Buenos Aires luego de seis años, con la misma formación, a excepción del baterista Brian Blade, reemplazado por el local Oscar Giunta (Terri Lyne Carrington no pudo ser de la partida por problemas con su vuelo).
En oportunidad de su visita anterior (26 de octubre de 2005), una vez concluido el concierto, las opiniones acerca del mérito de lo escuchado eran completamente contradictorias.
La música del cuarteto resulta de indudable interés en mayor medida por lo que pretende crear que por lo que produce efectivamente.
La propuesta, a diferencia de lo hecho por Shorter durante su entera carrera, en la que ni siquiera en sus álbumes más osados, tales como All The Seeing Eye (1965) y Schizophrenia (1967), en los que utiliza ensambles más numerosos, añadiendo timbres y color, e incorporando una impronta vanguardista que mixtura con el jazz modal predominante en sus discos anteriores para el sello Blue Note, se aparta de una estructura clásica, convencional, que puede ser resumida como: presentación del tema-solos-regreso a la línea melódica principal.
El único antecedente que se me ocurre, en sintonía con lo ofrecido en la actualidad, son algunos pasajes de una grabación junto al pianista Herbie Hancock, llamado 1+1 (1997).
El carácter de lo realizado por el grupo, mayormente exploratorio, conceptualmente libre, puede describirse como creación colectiva espontánea.
Algo que me sorprende, consiste en que a pesar de que la música tiene como premisa crear climas, atmósferas, raramente se logran momentos de intensidad verdaderamente convincentes, dejando la sensación que lo elaborado en el escenario nunca levanta vuelo.
Existe también, una cierta actitud pretenciosa, evidenciada en risas y gritos de los intérpretes, como si quisieran decir: ¡Qué maravilloso lo que estamos tocando!, cuando, decididamente, no me provoca esa impresión.
Toda la responsabilidad de la dirección, del rumbo a tomar por la agrupación, recae en Shorter, que encuentra en el pianista Danilo Pérez y en el baterista Brian Blade (el contrabajista John Patitucci completa el cuarteto), a unos socios eficaces con quienes entablar un diálogo, una conversación donde siguen de cerca al solista mostrando empatía y destreza técnica.
Continuando con ese razonamiento, si la música no alcanza mayor altura es también por las dificultades del propio saxofonista para sostener un discurso más consistente en su interpretación, principalmente dedicada al soprano.
En oportunidad de su visita anterior (26 de octubre de 2005), una vez concluido el concierto, las opiniones acerca del mérito de lo escuchado eran completamente contradictorias.
La música del cuarteto resulta de indudable interés en mayor medida por lo que pretende crear que por lo que produce efectivamente.
La propuesta, a diferencia de lo hecho por Shorter durante su entera carrera, en la que ni siquiera en sus álbumes más osados, tales como All The Seeing Eye (1965) y Schizophrenia (1967), en los que utiliza ensambles más numerosos, añadiendo timbres y color, e incorporando una impronta vanguardista que mixtura con el jazz modal predominante en sus discos anteriores para el sello Blue Note, se aparta de una estructura clásica, convencional, que puede ser resumida como: presentación del tema-solos-regreso a la línea melódica principal.
El único antecedente que se me ocurre, en sintonía con lo ofrecido en la actualidad, son algunos pasajes de una grabación junto al pianista Herbie Hancock, llamado 1+1 (1997).
El carácter de lo realizado por el grupo, mayormente exploratorio, conceptualmente libre, puede describirse como creación colectiva espontánea.
Algo que me sorprende, consiste en que a pesar de que la música tiene como premisa crear climas, atmósferas, raramente se logran momentos de intensidad verdaderamente convincentes, dejando la sensación que lo elaborado en el escenario nunca levanta vuelo.
Existe también, una cierta actitud pretenciosa, evidenciada en risas y gritos de los intérpretes, como si quisieran decir: ¡Qué maravilloso lo que estamos tocando!, cuando, decididamente, no me provoca esa impresión.
Toda la responsabilidad de la dirección, del rumbo a tomar por la agrupación, recae en Shorter, que encuentra en el pianista Danilo Pérez y en el baterista Brian Blade (el contrabajista John Patitucci completa el cuarteto), a unos socios eficaces con quienes entablar un diálogo, una conversación donde siguen de cerca al solista mostrando empatía y destreza técnica.
Continuando con ese razonamiento, si la música no alcanza mayor altura es también por las dificultades del propio saxofonista para sostener un discurso más consistente en su interpretación, principalmente dedicada al soprano.
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