Esa sensación se modifica cuando uno es un adulto.
La playa, espacio abierto de arena, mar y cielo infinitos, tiene un enorme poder de sugerencia.
Por la noche, el ruido de bares, restaurantes, negocios de juegos electrónicos, impregnan el aire tórrido y nos envuelve.
Cuando crecemos, la postal es la misma, pero nada se percibe del mismo modo. Ya no hay eternidad posible.
Lo que ayer era un lugar que personificaba lo deseado, pura promesa (subyugante por la convicción de su realización), hoy es un escenario ordenado minuciosamente, como la escenografía de una obra de teatro, y está incorporado a la rutina. Se pierde la capacidad de abstraerse de lo cotidiano y la confianza en que lo anhelado suceda.