
Con tales objetivos en mente, participa de un plan que incluye un casamiento por conveniencia con un drogadicto de nombre Claudy Moreau (Jérémie Renier), su asesinato para obtener el divorcio, y un posterior enlace con un mafioso ruso necesitado de un pasaporte europeo en forma urgente.
La primera mitad de El silencio de Lorna, recuerda que nadie retrata mejor esos seres procurando sobrevivir en condiciones adversas, obligados a cometer delitos e, inevitablemente, pagar las culpas, que los realizadores Jean-Pierre y Luc Dardenne.
La segunda parte, en cambio, no es tan lograda.
Considerando la producción precedente de los directores, representa una novedad, un giro estilístico. Ya no se trata de seguir cámara en mano a su protagonista, utilizando primeros planos de manera de hacer partícipe al espectador de la apremiante realidad en que está inmerso, transmitiendo su inquietud y el hacer frente a un dilema ético, sino de tomar distancia para comprender los motivos de sus determinaciones. Esta innovación, que independiza a la película de la característica apariencia documental de los filmes firmados por los belgas y la aproxima a la ficción, resta esa intensidad y verosimilitud únicas que son el sello distintivo de los autores.