Lorna (Arta Dobroshi) es una inmigrante albanesa que busca conseguir la nacionalidad belga y sueña con abrir un bar junto a su novio.
Con tales objetivos en mente, participa de un plan que incluye un casamiento por conveniencia con un drogadicto de nombre Claudy Moreau (Jérémie Renier), su asesinato para obtener el divorcio, y un posterior enlace con un mafioso ruso necesitado de un pasaporte europeo en forma urgente.
La primera mitad de El silencio de Lorna, recuerda que nadie retrata mejor esos seres procurando sobrevivir en condiciones adversas, obligados a cometer delitos e, inevitablemente, pagar las culpas, que los realizadores Jean-Pierre y Luc Dardenne.
La segunda parte, en cambio, no es tan lograda.
Considerando la producción precedente de los directores, representa una novedad, un giro estilístico. Ya no se trata de seguir cámara en mano a su protagonista, utilizando primeros planos de manera de hacer partícipe al espectador de la apremiante realidad en que está inmerso, transmitiendo su inquietud y el hacer frente a un dilema ético, sino de tomar distancia para comprender los motivos de sus determinaciones. Esta innovación, que independiza a la película de la característica apariencia documental de los filmes firmados por los belgas y la aproxima a la ficción, resta esa intensidad y verosimilitud únicas que son el sello distintivo de los autores.
Asimismo, a pesar de tener gran poder de sugerencia, el final no alcanza la magistral resolución de sus largometrajes anteriores, El hijo (2002) y El niño (2005).
Los hermanos Dardenne siempre están al acecho de ese gesto de humanidad que enaltece a una persona apremiada por las circunstancias a tomar decisiones que son moralmente inaceptables.
Y ésta es la cuestión central del filme: ¿cuál es el límite que Lorna está dispuesta a tolerar?, ¿cuál es el precio de su silencio?
Cuando parece ser capaz de seguir adelante sin importar quien salga lastimado, algo dentro de sí misma le impide continuar. Ese tomar conciencia de lo repudiable de sus actos redime al personaje de Lorna.
Lo que Jean-Pierre y Luc Dardenne procuran decir con sus contundentes imágenes es que no importa cuán despiadado sea el mundo, qué tan hostiles sean los acontecimientos que les tocan vivir, en todo ser humano hay un resto de compasión, de bondad, que lo dignifica.
Con tales objetivos en mente, participa de un plan que incluye un casamiento por conveniencia con un drogadicto de nombre Claudy Moreau (Jérémie Renier), su asesinato para obtener el divorcio, y un posterior enlace con un mafioso ruso necesitado de un pasaporte europeo en forma urgente.
La primera mitad de El silencio de Lorna, recuerda que nadie retrata mejor esos seres procurando sobrevivir en condiciones adversas, obligados a cometer delitos e, inevitablemente, pagar las culpas, que los realizadores Jean-Pierre y Luc Dardenne.
La segunda parte, en cambio, no es tan lograda.
Considerando la producción precedente de los directores, representa una novedad, un giro estilístico. Ya no se trata de seguir cámara en mano a su protagonista, utilizando primeros planos de manera de hacer partícipe al espectador de la apremiante realidad en que está inmerso, transmitiendo su inquietud y el hacer frente a un dilema ético, sino de tomar distancia para comprender los motivos de sus determinaciones. Esta innovación, que independiza a la película de la característica apariencia documental de los filmes firmados por los belgas y la aproxima a la ficción, resta esa intensidad y verosimilitud únicas que son el sello distintivo de los autores.
Asimismo, a pesar de tener gran poder de sugerencia, el final no alcanza la magistral resolución de sus largometrajes anteriores, El hijo (2002) y El niño (2005).
Los hermanos Dardenne siempre están al acecho de ese gesto de humanidad que enaltece a una persona apremiada por las circunstancias a tomar decisiones que son moralmente inaceptables.
Y ésta es la cuestión central del filme: ¿cuál es el límite que Lorna está dispuesta a tolerar?, ¿cuál es el precio de su silencio?
Cuando parece ser capaz de seguir adelante sin importar quien salga lastimado, algo dentro de sí misma le impide continuar. Ese tomar conciencia de lo repudiable de sus actos redime al personaje de Lorna.
Lo que Jean-Pierre y Luc Dardenne procuran decir con sus contundentes imágenes es que no importa cuán despiadado sea el mundo, qué tan hostiles sean los acontecimientos que les tocan vivir, en todo ser humano hay un resto de compasión, de bondad, que lo dignifica.
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