martes, 18 de mayo de 2010

Carancho (2010), de Pablo Trapero

En las películas de Pablo Trapero: Mundo grúa, El bonaerense, Leonera, entre otras, asume tanta importancia el contexto social como aquello que se cuenta. Es el propio descarnado escenario del conurbano bonaerense el que cobra protagonismo, en Carancho más que nunca, todo bañado de la luz mortecina que ilumina sus calles por las noches, y que no parece presagiar nada bueno para los transeúntes.
Sosa (Ricardo Darín) es un abogado que perdió la matrícula "por error", dedicado a ofrecer sus servicios a las víctimas de accidentes de tránsito en favor de La Fundación, que no es otra cosa que un turbio estudio de abogados, epicentro de una organización criminal que reúne a policías, médicos y paramédicos, cuya finalidad consiste en obtener ganancias de las compañías de seguros. Sosa es lo que en Estados Unidos denominan ambulance chaser (perseguidor de ambulancias); y en nuestro medio adopta el nombre de un ave carroñera: el carancho.
Luján (Martina Guzmán) es una joven doctora que trabaja en la sala de guardias de un hospital público y en un servicio de emergencias médicas.
No tardarán en conocerse y sentir una atracción mutua, despertando en Sosa nuevas esperanzas y un deseo de largarse y comenzar de nuevo. Pero, claro está, cuando mayor es su esfuerzo por escapar, más parece hundirse.
Trapero elabora un filme que es un cruce de géneros, a la vez policial negro, historia romántica y de denuncia.
Las actuaciones son muy buenas: el personaje de Sosa está hecho a la medida de Darín, cuyo antihéroe luce más cansado que nunca; por su parte, Martina Guzmán, al igual que en Leonera, llena la pantalla de puras vulnerabilidad y resistencia.
Ante la extensión de la corrupción, en un universo de instituciones degradadas, todos son potenciales víctimas, y solo hay lugar para arrestos individuales en procura de una ilusoria evasión.

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