sábado, 8 de enero de 2011

Los bastardos (2008), de Amat Escalante

A sangre fría. El nombre de la célebre novela de Truman Capote es útil para describir una película cruda, que se hace deliberadamente lenta para subrayar la irrupción de la violencia como un estallido, sin razón, sin explicación, incontenible.
La acción se desarrolla durante un día en la vida de dos jóvenes mexicanos inmigrantes ilegales en Los Angeles, siguiendo una jornada de trabajo precario hasta el anochecer, cuando irrumpen en una casa de clase media, escena que establece un vínculo entre Los bastardos y Funny Games, de Michael Haneke.
En su primera parte, los personajes recuerdan a los resignados, expulsados del sistema, propios de la filmografía de Bruno Dumont.
Crítica a las duras condiciones sociales en que se hallan inmersos los pobres inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, y al modo de vida burgués ejemplificado en una familia que incluye un padre ausente y una madre con dificultades para comunicarse con un hijo adolescente, que reprueba el uso de drogas por el joven, estimulantes que ella misma consume para soportar su propio tedio.
Amat Escalante, asistente de Carlos Reygadas en Batalla en el cielo, consigue dar forma a un filme fuerte, impactante, obligando a una urgente reflexión: si se somete a una clase social a niveles de vida infamantes en los que difícilmente sus miembros puedan tener respeto por sí mismos, es poco probable que muestren respeto por la vida de los demás, comprometiendo a los no privilegiados, incapaces de ponerse a salvo.

1 comentario:

soyo dijo...

Un error que he advertido en una apreciable cantidad de críticas consiste en afirmar que Jesús y Fausto, protagonistas de Los bastardos, son sicarios contratados por el esposo separado de la dueña de la casa invadida, hecho que, en modo alguno, surge de una visión atenta de la película. Por el contrario, se trata de una suposición de ella, que el director utiliza para señalar el grado de desintegración de la familia norteamericana.