sábado, 11 de agosto de 2012

Pusher (1996), de Nicolas Winding Refn

Pusher describe una semana en la vida de un traficante, en una desesperada carrera por sobrevivir.
Todo empieza cuando una transacción es frustrada por la intervención de la policía, visto en la necesidad de deshacerse de la mercancía y, en consecuencia, contraer una deuda con un capo de las drogas.
Obligado a reunir el dinero, se encontrará atrapado en un espiral de violencia que lo lleva a un punto sin retorno.
Frank (Kim Bodnia) es impulsivo e incapaz de demostrar afecto.
Un prejuicio le impide aceptar la atracción que siente por su novia, una prostituta de nombre Vic (Laura Drasbaek), y llegado el momento, muele a palos, literalmente, a su amigo Tonny (Mads Mikkelsen), ante la sospecha de una delación.
Su medio ambiente son los sórdidos bares y boliches donde tienen lugar los disputados intercambios, ámbitos hostiles en los que el incumplidor es castigado con brutalidad.
Sin escrúpulo ninguno, cuando Frank se sienta apremiado, no dudará en utilizar a todos e incluso robar a sus clientes para salvar el pellejo.
Los barrios bajos de Copenhague son el escenario que aparenta cobrar vida a cada apurado paso de este dealer, que parece presa de un mal designio y recrear en su derrotero el conocido adagio: "Si algo puede salir mal, saldrá mal".
En su promisorio debut, el danés Nicolas Winding Refn, logra dotar a la historia y a los personajes de verosimilitud y frescura, y es un ejemplo más de un realizador que muestra aptitudes en su país de origen y en el camino a Hollywood parece ser abandonado por su inspiración [ver reseña de Drive].

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