lunes, 26 de septiembre de 2011

En un mundo mejor (In a Better World, 2010), de Susanne Bier

Elias (Markus Rygaard) es un joven alumno de carácter retraído de un colegio secundario en Dinamarca, que carga con el peso que significa el divorcio de los padres en trámite.
Cuando Christian (William Jøhnk Nielsen), recién llegado de Londres también con su "mochila" a cuestas, la muerte de su madre, comienza a asistir a clases, se establece un vínculo inmediato que se ve fortalecido en el momento que Chistian, en una explosión de ira, golpea a un compañero que maltrata a Elias.
La situación llega a conocimiento de las autoridades, que no parecen dispuestas a intervenir decididamente, mientras que la participación de los padres está limitada a enseñar a sus hijos que la violencia solo engendra violencia.
Anton (Mikael Persbrandt), padre de Elias, un médico director de un campamento de refugiados en África, tiene la oportunidad, frente a sus hijos y a Christian, de mostrar una conducta ejemplificadora en eso de no responder a la agresión de los demás, cuando otro adulto, padre de un niño que tiene un altercado con el hermano menor de Elias, le propina varias bofetadas en el rostro y lo insulta, en forma discriminatoria, en razón de ser sueco.
La cineasta Susanne Bier establece un vínculo entre la Europa civilizada y la África bárbara, al comparar los mencionados hechos de violencia con la crueldad del líder de un grupo de bandidos que asesina a mujeres embarazadas en la comunidad donde se encuentra situado el hospital de campaña, ocasión en la que el buen doctor demostrará que también tiene sus límites a la hora de poner la otra mejilla.
El problema con la realización danesa En un mundo mejor es que, a pesar de su pertenencia a una plaza no tradicional, no presenta nada novedoso y contiene todos los clichés que uno espera encontrar en una película producida por la gran industria del cine norteamericano, razón por la que no sorprende que recibiera el premio Oscar a la mejor producción extranjera.
Las actuaciones y los rubros técnicos son de factura impecable, y es contada con solvencia.
Sin embargo, la directora no resiste a la consabida tentación de dar un mensaje.
Subyace una intención aleccionadora, que no se contenta con exponer un mundo aquejado por graves conflictos, más allá de la abundancia o la escasez que caracteriza a cada región, sino que se decide a resolver convenientemente cada disputa para concluir en un amable final feliz. No sea cosa que alguien se sienta incómodo.
Se trata de que los espectadores asistan a la brutalidad que es cotidiana en un sitio distante, que tomen conciencia del sadismo y la inhumanidad que es común en el propio lugar de residencia y, al finalizar la proyección, abandonen el cine y sigan con sus vidas sin alterarse demasiado y sin que se les ocurra intervenir de manera alguna con la intención de modificar semejante realidad.
Es el sentido moral peculiar de los que tienen el poder de fabricar una visión del mundo a su voluntad.
La idea misma de happy ending hollywoodense es falsa, frívola, maniquea e hipócrita.

No hay comentarios: