
El sabor de la noche es su última película, escrita en inglés y rodada en Estados Unidos.
Mas el cambio de escenario no resultó tan auspicioso como lo fue, por ejemplo, para Wim Wenders en Paris, Texas (1984), ambas con banda sonora a cargo de Ry Cooder.
El filme conserva la riqueza de las imágenes que son una marca registrada por el realizador: sus luces de neón, sus colores saturados, sus primeros planos que buscan atrapar en cada gesto el alma de sus personajes (no colabora que Jude Law, Norah Jones o Rachel Weisz se encuentran a años luz en términos expresivos de sus actores fetiche: Tony Leung y Maggie Cheung), cumpliendo un rol fundamental la fotografía de Darius Khondji, reemplazo en plan mimetización del habitual colaborador Christopher Doyle (está todo lo habitual: los trenes surcando raudamente la azul noche; los interiores deslucidos en el inexorable proceso de marchitarse, a la par de sus ocupantes en ininterrumpido tránsito sin destino (las barras de los bares consiguen destronar a los acostumbrados corredores de los hoteles de mala muerte), etc.
Pero el inconveniente mayor consiste en que la historia carece de la indispensable tensión dramática entre la pareja protagonista: Jeremy (Law), el barman enamorado de Elizabeth (Jones), la joven despechada, siempre presente en sus melodramas anteriores; a la vez que introduce otros personajes en sendos episodios interconectados, de un modo un tanto forzado, por el viaje iniciático, reparador, de autoconocimiento de la heroína, y sin ganar en interés.
Wong Kar-wai entrega una muestra más de su insuperable estilización visual.
No es poco. Me hubiese gustado decir más.
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