Wong Kar-wai, nacido en China, criado en Hong Kong, ciudad esta última donde produce su filmografía, es un director esencial en la actualidad desde la excelente Chungking Express (1994).
El sabor de la noche es su última película, escrita en inglés y rodada en Estados Unidos.
Mas el cambio de escenario no resultó tan auspicioso como lo fue, por ejemplo, para Wim Wenders en Paris, Texas (1984), ambas con banda sonora a cargo de Ry Cooder.
El filme conserva la riqueza de las imágenes que son una marca registrada por el realizador: sus luces de neón, sus colores saturados, sus primeros planos que buscan atrapar en cada gesto el alma de sus personajes (no colabora que Jude Law, Norah Jones o Rachel Weisz se encuentran a años luz en términos expresivos de sus actores fetiche: Tony Leung y Maggie Cheung), cumpliendo un rol fundamental la fotografía de Darius Khondji, reemplazo en plan mimetización del habitual colaborador Christopher Doyle (está todo lo habitual: los trenes surcando raudamente la azul noche; los interiores deslucidos en el inexorable proceso de marchitarse, a la par de sus ocupantes en ininterrumpido tránsito sin destino (las barras de los bares consiguen destronar a los acostumbrados corredores de los hoteles de mala muerte), etc.
Pero el inconveniente mayor consiste en que la historia carece de la indispensable tensión dramática entre la pareja protagonista: Jeremy (Law), el barman enamorado de Elizabeth (Jones), la joven despechada, siempre presente en sus melodramas anteriores; a la vez que introduce otros personajes en sendos episodios interconectados, de un modo un tanto forzado, por el viaje iniciático, reparador, de autoconocimiento de la heroína, y sin ganar en interés.
Wong Kar-wai entrega una muestra más de su insuperable estilización visual.
No es poco. Me hubiese gustado decir más.
El sabor de la noche es su última película, escrita en inglés y rodada en Estados Unidos.
Mas el cambio de escenario no resultó tan auspicioso como lo fue, por ejemplo, para Wim Wenders en Paris, Texas (1984), ambas con banda sonora a cargo de Ry Cooder.
El filme conserva la riqueza de las imágenes que son una marca registrada por el realizador: sus luces de neón, sus colores saturados, sus primeros planos que buscan atrapar en cada gesto el alma de sus personajes (no colabora que Jude Law, Norah Jones o Rachel Weisz se encuentran a años luz en términos expresivos de sus actores fetiche: Tony Leung y Maggie Cheung), cumpliendo un rol fundamental la fotografía de Darius Khondji, reemplazo en plan mimetización del habitual colaborador Christopher Doyle (está todo lo habitual: los trenes surcando raudamente la azul noche; los interiores deslucidos en el inexorable proceso de marchitarse, a la par de sus ocupantes en ininterrumpido tránsito sin destino (las barras de los bares consiguen destronar a los acostumbrados corredores de los hoteles de mala muerte), etc.
Pero el inconveniente mayor consiste en que la historia carece de la indispensable tensión dramática entre la pareja protagonista: Jeremy (Law), el barman enamorado de Elizabeth (Jones), la joven despechada, siempre presente en sus melodramas anteriores; a la vez que introduce otros personajes en sendos episodios interconectados, de un modo un tanto forzado, por el viaje iniciático, reparador, de autoconocimiento de la heroína, y sin ganar en interés.
Wong Kar-wai entrega una muestra más de su insuperable estilización visual.
No es poco. Me hubiese gustado decir más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario