Nina, cuyo nombre evoca el transitado personaje de La gaviota, la célebre obra de Anton Chejov, describe el regreso de la protagonista a su pueblo natal, en un intento por recuperar las ilusiones propias de la adolescencia, esa sensación de estar frente a un mundo lleno de promesas.
"Espero nunca tener la vida hecha", confesó Nina al momento de partir con el propósito de probar suerte como actriz.
A su retorno, en un hotel cercano a la playa, se reencuentra con Blas, un amigo de la juventud, y compartiendo recuerdos y frustraciones comprende que no hay manera de volver atrás.
La puesta de Jorge Eines acierta en la descripción de una sombría madrugada en un balneario fuera de temporada, sustentada en una tenue iluminación y el omnipresente sonido del mar, pero el texto de José Ramón Fernández no consigue reflejar de forma consumada el desgaste provocado por la acción del tiempo, propio de las obras de Chejov, a la vez que incluye reiteradas referencias musicales, literarias o cinematográficas, sin más significado que el de un mero adorno. El final, a su turno, parece una concesión optimista respecto del personaje de Blas.
Las actuaciones tampoco aportan en favor de dar credibilidad a sus papeles, en particular, Heidi Steinhardt, en el rol de la atribulada Nina, baila y se contorsiona durante buena parte de la obra, privando de efecto dramático a su interpretación.
"Espero nunca tener la vida hecha", confesó Nina al momento de partir con el propósito de probar suerte como actriz.
A su retorno, en un hotel cercano a la playa, se reencuentra con Blas, un amigo de la juventud, y compartiendo recuerdos y frustraciones comprende que no hay manera de volver atrás.
La puesta de Jorge Eines acierta en la descripción de una sombría madrugada en un balneario fuera de temporada, sustentada en una tenue iluminación y el omnipresente sonido del mar, pero el texto de José Ramón Fernández no consigue reflejar de forma consumada el desgaste provocado por la acción del tiempo, propio de las obras de Chejov, a la vez que incluye reiteradas referencias musicales, literarias o cinematográficas, sin más significado que el de un mero adorno. El final, a su turno, parece una concesión optimista respecto del personaje de Blas.
Las actuaciones tampoco aportan en favor de dar credibilidad a sus papeles, en particular, Heidi Steinhardt, en el rol de la atribulada Nina, baila y se contorsiona durante buena parte de la obra, privando de efecto dramático a su interpretación.
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