jueves, 24 de diciembre de 2009
El asaltante (2007), de Pablo Fendrik
Si el desarrollo de la acción en La sangre brota ocupaba un día completo, aquí todo sucede durante una mañana.
La cámara sigue celosamente al asaltante (Arturo Goetz) en su raid delictivo en las horas previas al mediodía.
El relato íntegro se condensa en su figura; en una diferencia más con su segunda película, ya mencionada: casi no hay personajes secundarios.
El de la mesera (Bárbara Lombardo), no está completamente delineado y carece de auténtico interés, cuya inclusión obedece a revelar algo de la personalidad del protagonista.
Pablo Fendrik demuestra en El asaltante pulso para contar, consiguiendo muy buenos resultados usando pocos recursos.
Quizás, con mayor mérito que en La sangre brota, puesto que lo hace sin eludir la violencia pero, a la vez, sin exacerbar su exposición.
Resulta muy interesante cómo el cineasta evita ceñirse a las reglas de un género determinado. Lo que principia y continúa como un policial, una de suspenso, incrementando la tensión momento a momento, propiciando un gran desenlace (pienso en el duelo de la magnífica Un oso rojo (Israel Adrián Caetano, 2002), un western adaptado al ámbito del conurbano bonaerense); resulta en un impredecible remate, situando la película en un plano completamente diferente y forzando una relectura de todo lo ocurrido.
Visualmente se puede advertir la influencia del cine de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne (de quienes ya hemos hablando en este sitio), como ha reconocido el propio director: en el uso de la cámara en mano, en los planos secuencia en la nuca del personaje del asaltante con la intención de transmitir al espectador la sensación de estar en el lugar del protagonista.
Recursos puestos al servicio de lo que se quiere contar, sin suponer un ejercicio de estilo, como se ha indicado en algunas interpretaciones.
El mayor mérito de los largometrajes de Pablo Fendrik consiste en ser un cine político. Y es en ese mismo carácter donde se puede hallar su mayor afinidad con los Dardenne.
No existe el propósito de justificar a sus personajes, sino de mostrarlos tal como son: personas comunes que toman decisiones cuestionables urgidos por las circunstancias que les toca vivir.
Un director que obliga a seguir sus pasos en el futuro.
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