miércoles, 16 de diciembre de 2009

Lo que sé de Lola (2006), de Javier Rebollo

La vida de un solitario y desocupado León transcurre mientras cuida de su madre enferma. Cuando ella muere, dedica su tiempo a hacer un inventario de las cosas heredadas, actividad que es interrumpida por la llegada de una nueva vecina llamada Lola.
A partir de ese momento, en una suerte de repetición de la rutina que era costumbre en vida de su madre, su existencia consistirá únicamente en espiar a Lola, en ser testigo de los fracasos en los intentos de ella por trabajar o relacionarse, interviniendo cuando es necesario para protegerla, todo ésto sin que se entere.
En su primera película, Javier Rebollo decide prácticamente prescindir de las palabras y utilizar largos planos para que sean el rostro de un introvertido León (Michaël Abiteboul) y la vital presencia de una también sola Lola (estupenda Lola Dueñas), quienes transmitan el sinsabor de una monótona cotidianeidad, con el marco de una París siempre gris.
Esa falta de diálogos, esos planos y los mismos temas: la soledad, la incomunicación, remiten de manera insoslayable al cine del malayo Tsai Ming-liang.
Lo que sé de Lola es la historia de un silencioso amor destinado a no consumarse.

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