Un viejo ciego en silla de ruedas, un sirviente, dos tachos de basura de los cuáles emergen dos ancianos, una ventana a la tierra y otra al mar, una escalera.
Tales elementos constituyen el espacio que es en sí mismo una totalidad. No hay afuera, no hay humanidad, sino como negación.
Al propio tiempo, existe una dificultad para contar la historia, una desarticulación del relato.
La palabra cobra significado a partir de la imposibilidad de expresar.
Porque el tiempo se ha detenido. Es estático. Solo existe una sucesión de tiempos muertos. No hay actos, solo espera.
Un universo vacío de sentido, en el que aún subsiste la necesidad en la imagen del niño abandonado.
Lorenzo Quinteros (Hamm) y Pompeyo Audivert (Clov) consiguen dar a sus personajes, a la vez complementarios y antagónicos, todos los matices que les son propios, verbigracia, el humor y la angustia existencial.
Fin de Partida, el célebre drama de Samuel Beckett, construye una indagación sobre la condición humana y el teatro como modo de reflexión.
Tales elementos constituyen el espacio que es en sí mismo una totalidad. No hay afuera, no hay humanidad, sino como negación.
Al propio tiempo, existe una dificultad para contar la historia, una desarticulación del relato.
La palabra cobra significado a partir de la imposibilidad de expresar.
Porque el tiempo se ha detenido. Es estático. Solo existe una sucesión de tiempos muertos. No hay actos, solo espera.
Un universo vacío de sentido, en el que aún subsiste la necesidad en la imagen del niño abandonado.
Lorenzo Quinteros (Hamm) y Pompeyo Audivert (Clov) consiguen dar a sus personajes, a la vez complementarios y antagónicos, todos los matices que les son propios, verbigracia, el humor y la angustia existencial.
Fin de Partida, el célebre drama de Samuel Beckett, construye una indagación sobre la condición humana y el teatro como modo de reflexión.
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