Nicolas, el protagonista de Vivamos otra vez (Éric Caravaca) busca un sentido a la vida, mientras se enfrenta a las dificultades que impone la modernización de las tareas del campo.
Hijo de un padre suicidado al ser urgido por las deudas, debe hacerse cargo de la granja y de su familia, constituida por una hermana menor y los abuelos.
Así, poco a poco, aprenderá el oficio de vivir, y encontrará su lugar en el mundo.
A tal fin, será determinante el reconocimiento del estrecho vínculo que une a su abuelo (Jacques Dufilho) con la tierra, asociado a los simples placeres experimentados en la observación de una puesta de sol, en la faena de prestar su colaboración en el nacimiento de un ternero, o en el descubrimiento del amor.
Vivamos otra vez, lejos de una supuesta postura conservadora o moralizante, tiene el propósito de revalorizar la familia, y la relación con la naturaleza y la tradición, como un refugio contra la deshumanización del trabajo y la costosa inserción de los espacios rurales en la economía impuesta por las leyes de mercado.
La muy bella fotografía de Tetsuo Nagata consigue retratar ese ámbito campesino, apartándose del mero paisajismo, para entregar imágenes poéticas y conmovedoras.
François Dupeyron, por su parte, demuestra toda su destreza dotando a sus actores de una inusual espontaneidad; y a su filme, de una enorme semejanza con la vida misma.
Hijo de un padre suicidado al ser urgido por las deudas, debe hacerse cargo de la granja y de su familia, constituida por una hermana menor y los abuelos.
Así, poco a poco, aprenderá el oficio de vivir, y encontrará su lugar en el mundo.
A tal fin, será determinante el reconocimiento del estrecho vínculo que une a su abuelo (Jacques Dufilho) con la tierra, asociado a los simples placeres experimentados en la observación de una puesta de sol, en la faena de prestar su colaboración en el nacimiento de un ternero, o en el descubrimiento del amor.
Vivamos otra vez, lejos de una supuesta postura conservadora o moralizante, tiene el propósito de revalorizar la familia, y la relación con la naturaleza y la tradición, como un refugio contra la deshumanización del trabajo y la costosa inserción de los espacios rurales en la economía impuesta por las leyes de mercado.
La muy bella fotografía de Tetsuo Nagata consigue retratar ese ámbito campesino, apartándose del mero paisajismo, para entregar imágenes poéticas y conmovedoras.
François Dupeyron, por su parte, demuestra toda su destreza dotando a sus actores de una inusual espontaneidad; y a su filme, de una enorme semejanza con la vida misma.
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